In girum imus nocte et consumimur igni es una película de Guy Debord rodada en 1978 y estrenada en el cine en 1982. Es la sexta y última película de Debord. La película de describe la sociedad de consumo y la alienación capitalista, poniendo en evidencia la condición de esclavos modernos. Además de ser una de las películas más críticas hacia la sociedad moderna, también relata algunas etapas de la vida de Debord, así que se puede decir que también tiene ciertos tintes autobiográficos. Debord puso múltiples condiciones a la productora Silmar Films para poder gozar de plena libertad a la hora de realizar la película. Las condiciones fueron aceptadas sin reparos por la empresa, no así por la prensa y crítica, que ya presentó una predisposición hostil incluso antes de la proyección del film. Años después, en 1990, Debord decidió publicar esta "Edición crítica" del texto de su película. Una manera de clarificar el mensaje de su obra frente al muro de incomprensión y de interpretaciones erróneas de las que fue víctima (aunque probablemente Debord no esperara otra cosa). El título latín es un palíndromo que significa : « Damos vueltas en la noche y somos consumidos por el fuego ». Este palíndromo fue utilizado posteriormente por Umberto Eco en su novela El nombre de la rosa (1980).
Dans les turbulentes années trente du XXéme siècle, les masses accédèrent à la participation politique et sociale et, en Espagne, l`inévitable conflit pour l´évolution de l´Histoire a posé le dilemme entre l'intérêt dela majorité ou celui des élites, faisant table rase du consensus de la Modernité dans lequel ce dernier recherchait une meilleure signification que les précédentes, se conformant ainsi à l´option émancipatrice de la démocratie et de la paix entre les peuples ou la guerre et la domination des privilégiés dans un sentiment national, et la lutte contre le suprémacisme ralliant le peuple basque et ses travailleurs contre la prédominance de la forme qu´adopta la réaction: le fascisme espagnol. Son combat n`a pas triomphé parce qu`il était trop éthique face au machiavélisme et á l´avidité de pouvoir mais encore aujourd´hui son inspiration est remarquable contre les instruments actuels de domination qui considèrent les majorités sociales et leur développement vital comme inutiles.
Este segundo volumen de Diario rural, una pieza fundacional de la literatura sobre la naturaleza que vio la luz cuatro años antes de que H. D. Thoreau publicara Walden, comprende las entradas escritas por Fenimore Cooper durante el otoño de 1848 y el invierno de 1849, y nos regala hermosas observaciones que van desde el origen del gusto por el pastel de calabaza hasta la predilección de Santa Claus por los calcetines y las chimeneas, pasando por los hábitos de los patos joyuyos o los distintos modos en que los poetas cantan al otoño en el Viejo y el Nuevo Mundo. El cielo y los caminos, el bosque y las flores, los mamíferos, los insectos. Y como fondo, la actividad humana que, a mediados del siglo xix, en esa parte del este de Norteamérica conocida como Nueva Inglaterra, comienza a modificar la faz de la tierra y la forma de pensar de sus habitantes. En ese marco se desarrolla el Diario rural de Susan Fenimore Cooper, a quien puede considerarse como la primera escritora sobre la naturaleza.
Diario rural es a la vez una invitación a lo pequeño y a lo colectivo, una contemplación y una reflexión: el libro de una mujer que vivió en un pueblo sin progreso, que se alejó de romanticismos, idealismos y rascendentalismos, y que cultivó la lectura, la observación y la escritura para dar cuenta de lo que hoy apenas queda huella: la vida salvaje
Corona de Aragón, invierno de 1374. Guillemona de Togores, dama de la corte de Leonor de Sicilia, tiene una enfermedad que empeora por momentos. No come, sufre de fiebres y apenas puede levantarse de la cama. Los médicos de la corte la visitan tres veces al día, pero sus tratamientos no consiguen que mejore y se empieza a temer por su vida. Sus amigas deciden intentar otra vía. Una dama llamada Sereneta se la lleva a su casa, convencida de que el ambiente de palacio no favorece la curación. Allí, Guillemona se repone gracias a los cuidados de su amiga.
Por las cartas que se conservan, sabemos que las amistades de Guillemona conocían el valor de los vínculos y la cercanía en el proceso de curación. Pero no eran las únicas: las sanadoras, las matronas y los médicos también los utilizaban. Frente al estereotipo de una medicina medieval basada en sangrías y supersticiones, Curar y cuidar presenta a sanadoras como Jacoba Félicié, que diagnosticaban mediante la orina y el pulso; a matronas como Bonanada, que viajaba para atender partos en diferentes reinos, y a médicos como Arnau de Vilanova, que reflexionaba sobre la confianza de los pacientes. Un recorrido fascinante por la Baja Edad Media que nos muestra que, por entonces, ya se conocía la importancia de curar cuidando.
Montserrat Cabré i Pairet es catedrática de Historia de la Ciencia en la Universidad de Cantabria, desde donde impulsa el desarrollo de perspectivas feministas en los estudios culturales e históricos de la ciencia y la tecnología.
Fernando Salmón Muñiz es catedrático de Historia de la Medicina en la facultad de medicina de la Universidad de Cantabria. En la actualidad, su trabajo de investigación se centra en la historia cultural de la medicina medieval, abordando una amplia temática que va desde el análisis de las alteraciones mentales hasta el estudio de la retórica narrativa del sistema médico humoral.
Las sociedades sin Estado no son el efecto de la pura causalidad o de cierto retraso evolutivo, como han escrito por más de un siglo los estudiosos marxistas, señalando factores económicos, tecnológicos y organizativos, pero ignorando el factor crucial de la ideología. Son sociedades que rechazan el Estado, la dominación y eligen dotarse de normas que alejen la posible degeneración en una sociedad jerárquica y autoritaria. Mientras la cultura occidental piensa el poder político en términos de una relación de servidumbre y deuda con sus jefes, las sociedades primitivas piensan el jefe como endeudado y su poder como simplemente simbólico. El estudio de estas sociedades nos invita a considerar la importancia de la producción comunitaria, la gestión colectiva del trabajo, la conveniencia de no transformar todos los productos en mercancía. Podemos considerar el apoyo mutuo y el don en alternativa al dinero y el lucro.
Kronstadt fue desde 1917 el baluarte de la lucha contra las vacilaciones de ministros exzaristas y el chovinismo del gobierno provisional. Los kronstadianos, los marinos de esta fortaleza en una isla que protege a Petrogrado de los buques enemigos, eran el símbolo de la revolución. Participaron en octubre de 1917 en la toma del poder por un gobierno que representara a los revolucionarios. ¿Cómo llegaron a dudar en 1921 de la dirección política de la revolución de los soviets? ¿Por qué no hubo diálogo entre los revolucionarios de Kronstadt y los leninistas? Los kronstadianos no eran zaristas, derechistas, ni anarquistas, ni izquierdistas, eran, como en 1917, partidarios de la revolución de los soviets libres. Celebramos el centenario de la insurrección con una evocación basada en documentos originales de leninistas y kronstadianos.
La prensa construye periódicamente un anarquismo imaginario, con numerosos grupos de revolucionarios profesionales que se dedican a viajar por el mundo sembrando disturbios. Y aún hay muchos compañeros anarquistas que compran el relato. Ojalá fuera cierto. Pero la realidad es mucho más mundana: cuando los Estados exageran deliberadamente el potencial subversivo de los anarquistas no sólo buscan construir un chivo expiatorio, sino también desatar una represión ejemplificante y desproporcionada que de otra forma no podrían justificar. El anarquismo es un objetivo fácil y recurrente porque, como hemos visto, se ha elaborado a su alrededor una verdadera e infundada «leyenda negra» hilvanada con mil prejuicios y lugares comunes. Esa leyenda es la que ha posibilitado que una tortura en comisaría, una muerte en prisión, una condena de 40 años, sean menos alarmantes si quienes las sufren llevan encima el «signo de Caín» de la anarquía.
Fin del trabajo, desempleo masivo, devastación psíquica, desastres ecológicos, revueltas sociales: losdías de esta sociedad parecen estar contados, en muchas partes del mundo ya nada funciona en absoluto.Al rastrear las raíces de esta crisis, que bien podría ser la última, Robert Kurz señala los impasses tantode la izquierda como del marxismo tradicional, que pretenden ofrecer una alternativa al sistema económico dominante. Ambos enfoques enfatizaron la oposición entre trabajo y capital, pusieron en el centro a una clase obrera productora de riqueza que solo tendría que ser redistribuida de forma más equitativa.Kurz, por su parte, plantea una tesis provocadora: el trabajo no es otra cosa que la sustancia del capital,y esa supuesta riqueza es inmanente al mismo. Por lo tanto, no cuestionar el trabajo es abstenerse de cuestionar la organización de la producción, sus métodos técnicos, sus consecuencias sociales ymedioambientales. También significa olvidar que las luchas populares nunca han sido tan fuertes comocuando han rechazado la condición de clase trabajadora. Al no criticar el trabajo, la izquierda y el marxismo tradicional han adoptado finalmente el punto de vista del capital. A partir de ciertas intuiciones deMarx, Robert Kurz propone, en cambio, una teoría crítica radical de la sociedad actual que no se detieneen la superficie, sino que la asalta en su núcleo sustancial.
Este libro es el presentimiento del final de una era. Edad, época, generación que se mira directamente a los ojos, plegada sobre sí misma y a punto de implosionar. Todo lo hecho queda por hacer: ironías de un destino irónico. ¿Vendrán tiempos mejores? O mejor: ¿Vendremos? Entretanto, el Pasajero le invita a mirar de frente a este intervalo, a tomar conciencia, a disfrutar del espectáculo. Siéntese un momento a leer, a pensar, siéntese y espere. Lo que aguarda es la inevitabilidad del colapso.
El libro tiene una doble intención. Por un lado es un homenaje a la primera publicación del texto, de ahí lo cuidado de la edición y la reproducción de algunas de las páginas del original, en italiano pese a imprimirse en 1930 en la convulsa Argentina en pleno apogeo de la agitación obrera y anarquista. La excelente introducción de H. Ricardo Silva nos transporta, a través de la figura de Severino Di Giovanni, uno de los más celebres "anarquistas expropiadores" de Argentina y financiador de la publicación, al momento social y político que vive el movimiento obrero anarquista.Por otro lado el libro es un homenaje a la figura del destacado geografo anarquista Élisée Reclus (manteniendo el panegírico de 1905 de la publicación original) y a su compromiso libertario.Escrito cuando Reclus se encontraba cumpliendo una condena de destierro por su participación en la Comuna de París, el texto busca demostrar que la evolución y la revolución son dos conceptos totalmente relacionados, esto es, no contradictorios. Puede resultar sumamente complicado definir los límites de uno y de otro, y el simple añadido de la violencia no marca diferencia alguna entre estos términos puesto que tanto hay evoluciones violentas como revoluciones tranquilas. Lo que vendría a establecer la diferencia sería el paso, la acción, el desenvolvimiento más allá de lo establecido. Bajo esta óptica, la evolución devendría en revolución en el preciso momento en que diese ese brinco, ese salto que le colocase ante una nueva visión, una nueva situación. Y una vez agotado ese proceso, una vez que se hubiese normalizado, la revolución devendría de inmediato en evolución. Y así ese movimiento continuo, eterno, se constituye en la vida misma. Sin olvidar los procesos involutivos que Reclus denomina evoluciones negativas y que representan un retroceso, lo que en política se denominaría la contrarrevolución.
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